El día de ayer se llevó a cabo una de las audiencias del juicio
oral del caso denominado “Tarata”. Es evidente el gran interés social detrás de
este proceso penal y, en mi caso personal, hasta el día de hoy recuerdo
claramente el atentado pues he vivido toda mi vida en Miraflores y al momento
de la explosión casi me revienta uno de los vidrios de mi departamento en la
cara.
Independientemente de mis anécdotas personales, lo cierto es que
la aludida audiencia del juicio oral, ha llamado la atención de la prensa por
un incidente protagonizado por principal procesado y más grande genocida de la
historia del Perú, Abimael Guzmán. Resulta que Guzmán no estuvo de acuerdo con
un testigo y decidió que debía tacharlo. La Sala rechazó su informal pedido y,
evidentemente, el terrorista reaccionó de manera violenta y desproporcionada.
Gritó, insultó a los Jueces Superiores del Tribunal, hasta que fue expulsado de
la Sala por su comportamiento. ¿Qué puedo decir? Nada. Así son los terroristas
pues.
Sin embargo, algo que llama mi atención y que, finalmente, es el
objeto del presente comentario, se refiere a que de manera casi unánime todos
los periodistas vienen sosteniendo que el señor Abimael Guzmán y otros
terroristas que han sido liberados en los últimos días, a pesar de haber pasado
25 años en la cárcel no han mostrado
el más mínimo arrepentimiento. Ya pues, ¿es en serio? ¿terrorista
arrepentido? Esa afirmación no solo es incoherente, sino que expresa una gran
ingenuidad.
Los
terroristas nunca se van a arrepentir. Los terroristas, desde una perspectiva criminológica se conocen
como delincuentes por convicción. Es decir, no cometen delitos por algún estímulo
social o condición objetiva externa, sino que comenten delitos porque tienen
internalizada la creencia que están actuando de manera correcta. Pensemos en un
momento en los terroristas de medio oriente que realizan atentados sangrientos
y destructivos por convicción religiosa. En nuestro caso, es lo mismo. Los
terroristas nacionales, tienen internalizado que la ideología que ellos
profesan, aquella ideología extremista y que justifica la violencia, muerte y
destrucción, es el camino correcto y que el resto de nosotros que confiamos en
un sistema democrático y plural estamos equivocados.
Este es el único caso en el que la imposición de una pena, en términos de una condena penal carece de utilidad social. Las penas no se imponen porque representen una venganza del Estado o de la víctima de un delito. La pena, en un Estado Democrático y Social de Derecho, necesariamente, debe tener un contenido de carácter social, debe representar una utilidad, es el medio para alcanzar un objetivo social ulterior, a saber, la resocialización. Si la pena no alcanza la resocialización, entonces no sirva para nada, se reduce a un castigo vacío, a una venganza. Pero, como sostiene el Profesor Santiago Mir Puig (página 96 de la 7º Edición de su Manual) “en el caso de los delincuentes por convicción, políticos, terroristas no cabe intentar la persuasión por la fuerza de un tratamiento. Además, en un Estado democrático, la resocialización nunca debe ser obtenida contra la voluntad del penado”.
Este es el único caso en el que la imposición de una pena, en términos de una condena penal carece de utilidad social. Las penas no se imponen porque representen una venganza del Estado o de la víctima de un delito. La pena, en un Estado Democrático y Social de Derecho, necesariamente, debe tener un contenido de carácter social, debe representar una utilidad, es el medio para alcanzar un objetivo social ulterior, a saber, la resocialización. Si la pena no alcanza la resocialización, entonces no sirva para nada, se reduce a un castigo vacío, a una venganza. Pero, como sostiene el Profesor Santiago Mir Puig (página 96 de la 7º Edición de su Manual) “en el caso de los delincuentes por convicción, políticos, terroristas no cabe intentar la persuasión por la fuerza de un tratamiento. Además, en un Estado democrático, la resocialización nunca debe ser obtenida contra la voluntad del penado”.
Por ello es que Abimael Guzmán, nunca se va a arrepentir y la
pena que cumple nunca lo va a resocializar. En el caso de los terroristas que
han sido liberados, ellos ya cumplieron su pena y deben ser puestos en libertad
y se deben reincorporar a la sociedad, pero eso no significa que se vayan a
arrepentir ni mucho menos que se encuentren resocializados. Nos guste o no, el
mismo Estado que ellos desprecian ha considerado que la pena que se les debía
imponer no era la cadena perpetua sino 25 años de privación de libertad, ese
mismo Estado que los terroristas dinamitaron durante años, le ha dado una mano
y, desconociendo totalmente los fines de la pena, les ha rebajado la condena y
los quiere de vuelta en la sociedad.
Nosotros podemos discrepar, pero tenemos que respetar las leyes
y nos guste o no, los terroristas se ganaron el derecho de regresar a la vida
civil en sociedad. Personalmente, creo que en estos casos la única posibilidad
es recurrir a una cadena perpetua pues el primer requisito para la
resocialización es que el condenado quiera resocializarse y eso, evidentemente,
nunca va a pasar en el caso de nuestros terroristas.